viernes, 6 de diciembre de 2013

FLASES DE LA VIDA


Me siento frío, sin  ánimos, sin ganas de nada, tengo muchas dudas, estoy flaqueando mucho en la fe…” Esta es la situación en la que mucha gente  se encuentra y le hace sufrir porque llega un momento en que no se reconocen, pues  siempre llevaron una vida ordenada, que  incluso sacaban en su horario un ratito para  detenerse unos momentos de oración y guardaban un espacio a Dios. Se sentían con paz interior y como “dueños de su vida”.
Pasado un tiempo, empezaron a dejarse invadir por una especie de frialdad que le va inundando todo y llega a crearse un estado de desgana, de “tristeza”, de insatisfacción… que le lleva a instalarse en una situación en la que ya no se sabe si cree o no cree: mira a su alrededor y ve tantas cosas que le desaniman, tantas cosas que no deberían existir y, sin embargo son consentidas, que llega a concluir que no vale la pena nada y se va abandonando.
Poco a poco se va olvidando de todo y va dejando que la imagen de Dios en su vida se vaya borrando, hasta el punto que, cuando quiere acordar, pasan los meses y hasta los años sin haber sentido la necesidad de Dios. Cuando se pregunta qué es lo que le ha pasado, no sabe dar respuesta, no ha tenido ninguna causa de su abandono, ninguna razón para hacerlo, pero se ha ido cerrando poco a poco hasta terminar aislado.
Esta es una realidad muy frecuente en nuestros días y es muy posible que te esté ocurriendo y llegues a concluir que estás atravesando una crisis de fe, pero  yo te invito a que te detengas un momento, porque eso que tú llamas “Crisis de fe” es muy posible que sea el resultado de otra crisis más profunda que viene de atrás y que es la que le ha hecho perder sentido, ilusión y alegría a tu vida: hace mucho tiempo que empezaste a perder el control de tu tiempo y te llenaste de cosas, de obligaciones que atender… y, cuando quisiste acordar, no tenías tiempo para mirarte, para regalar tu presencia a los tuyos, para saborear la vida, para visitar a un amigo, para estar con tu mujer, con tu marido, con sus hijos… es decir: te fuiste alejando de ti mismo hasta el punto que ya te resultas un extraño para ti mismo. Por ahí empezó todo.
Y cuando  dices de pararte un momento, porque sientes la necesidad de hacerlo, no sabes por dónde empezar y le das de lado: no existe un problema grande para enfrentar, pero existen tantas “cositas” sin importancia, que no sabes por cuál de ellas comenzar; es algo así como si cada día fuéramos metiendo una piedra pequeñita en el bolsillo y, cuando nos damos cuenta, tenemos un peso más grande que si lleváramos una sola piedra gordota… ¿Por cual empezamos a desprendernos? Y así vamos dejando para mañana el comenzar y cada día nos vamos enfriando más. 
Nos convertimos en unas fugitivos de nosotros mismos, pues le tememos  enfrentarnos a nuestra realidad y, si no soy capaz de pararme a dar respuesta a las preguntas que surgen en mi interior, si rehúyo  afrontar mis problemas… ¿Cómo voy a ser capaz de sentarme tranquilo delante del Señor?
Es muy probable que nos planteemos en momentos así, como respuesta, el levantarnos y el ir en busca de Dios, no estaría mal hacerlo, pero no podemos olvidar algo que también es importantísimo: el encuentro con Dios no es fruto de mi esfuerzo personal, pues antes que yo haga el movimiento de salir en busca de Dios, Él anda detrás de mí, delante de mí, a mi lado… haciéndose el encontradizo, saliéndome  al encuentro, apoyándome, sosteniéndome, acariciándome… intentando por todos los medios que le deje un espacio, que me detenga un momento, que me dé cuenta que está a mi lado para brindarle la oportunidad de ofrecerme la alegría que busco y es posible que esté tan cerrado, tan ensimismado, tan ciego, que no quiera atender, ni mirar, ni escuchar sus llamadas, de contemplar sus signos. Y nos establecemos en situaciones vitales diferentes con las que intentamos convivir y “pasar” por esta historia:

 

1º-       Es muy posible que nuestra vida se haya convertido en un auténtico laberinto: son miles de cosas en las que estoy metido que no me dejan tiempo para respirar, siempre ando agobiado, siempre voy corriendo y llego tarde a todas partes; viviendo en la constante insatisfacción de no ver concluido nada de lo que empiezo, ni disfruto con nada de lo que hago…
Estoy metido en todo, de todo sé, de todo hablo, en todo tengo opinión y la doy sin que me la pidan, pero en nada profundizo; y esto me crea un gran vacío existencial.
En ese torbellino de vida, siempre está Dios esperando que le dejemos un hueco pequeñito para decirnos: “No te preocupes, estoy a tu lado, cuenta conmigo, vamos adelante, pero anda tranquilo, deja su ritmo a la vida, todo se va a ir haciendo a su hora…”

 

2º-        Es muy posible también que te hayas instalado en una situación acomodaticia en la que no quieres complicaciones y vas capeando la vida, dando la cara a lo que conviene, respondiendo lo que está políticamente establecido, de esa manera vas quedando bien con todo el mundo… ¡menos contigo!
Pero te conformas con que no te compliquen la existencia y lo vas pasando de la mejor manera que puedes.  Incluso le das de lado a detenerte a pensar, pues eso te puede suponer el peligro de darte cuenta que no puedes llevar una vida vacía, superficial y sin sentido.
Dios está ahí esperando a que abras una rendija de tu ventana para que lo veas, si es que quieres abrir los ojos.

 

3º-       También es posible que te hayas montado un escenario para tu existencia y hayas montado una auténtica obra de teatro con tu vida, en cuyo escenario te mueves, intentando dar la imagen que los espectadores que te rodean piden y toda tu vida la has puesto en quedar bien ante la sociedad, cuando en el fondo de tu ser, puede llegar el momento en que esa situación la odies, porque nunca fuiste tú, porque nunca te sentiste a gusto contigo mismo, porque siempre  estás huyendo de la verdad, que es la única que ilumina tu verdadero rostro, pero siempre has de ir escondido detrás de la máscara que crees le gusta a la gente.
Dios está en el espejo que te miras cada mañana y te dice desde la imagen que se refleja: “Yo te pensé lindo, eres único, la obra más hermosa del universo… ¿Por qué no te quieres?”

 

4º-       No hay cosa más triste que colocarte en el centro de la vida y estar esperando que los demás se fijen en ti, que te tengan en cuenta a la hora de programar algo; que estén valorando todo lo que haces y que te den las gracias por todos tus movimientos…
Pero también es lamentable el instalarse en la situación del que cree que es el mejor y que todos los demás son mediocres y no hacen nada bien, que el mundo anda mal porque no se hace lo que tú piensas, que eres el único que lleva razón... pues pronto te darás cuenta que estás solo, que tu voz no es escuchada por nadie, porque está hueca, ya que no le das consistencia, pues contigo no se puede contar para nada, para ti todo está mal pensado, mal planificado, mal llevado adelante y, lógicamente, en nada te implicas, con lo que tú mismo te excluyes.
Pero sin embargo, a la hora de la verdad, utilizas a los demás para tus conveniencias…
Dios está esperando que te salgas del centro donde te has ubicado y empieces a poner en práctica todo eso que sientes y piensas, que no es malo, pero que con tu egoísmo lo has esterilizado. Dios quiere que seas feliz, pero es imposible serlo con el sistema que has escogido, esperando que los demás te valoren lo que tienes guardado, pues esperan que lo saques a la luz.

 

5º-       Hay mucha gente que puso su meta en acumular cosas: dinero, tierras, casas, electrodomésticos, cacharros tecnológicos, obras de arte… “cosas” en las que apoya su grandeza, su valía, su prestigio y con las que goza simplemente con verlas y tocarlas y, con ellas convive.
Cierra su casa y blinda sus puertas, pues teme que alguien descubra  sus posesiones; anda buscando qué compañía de seguros le  puede dar una cobertura mayor de todo lo que tiene y anda buscando alarmas por todas partes que detecten la gente que se acerca a su casa. Su vida no tiene otro sentido que servir a lo que tiene y cuidarlo con esmero. Su concepto de la gente es el considerarla un grave peligro para la seguridad, de la que no se puede uno fiar en nada y de la que hay que vivir cuanto más lejos mejor.
Cuando oye hablar del amor, de la solidaridad, de la acogida… son palabras que le suenan a sueños de ilusos.
Dios sigue ahí, en medio de sus “trastos” de sus bienes diciéndole: “No seas necio, vive y sé feliz, comparte la alegría de todo esto, cuando te mueras… ¿A dónde va a parar todo esto?”