lunes, 14 de marzo de 2016

EL DESGUACE







¿Usted vio o entró alguna vez en un desguace de coches?


Verá que hay una gran semejanza con la estructura que hemos montado en la vida y que el Papa Francisco ha dado en llamar “Descarte” que, en realidad va más allá del “usar y tirar” que siempre hemos dicho. El desguace es otra cosa:


Un automóvil se le estruja y se le saca el máximo fruto posible hasta dejarlo inservible y, cuando ya vemos que no sirve para nada y que lo único que hace es dar problemas, de modo que hay que estar constantemente en el mecánico, decidimos deshacernos de él, porque lo único que nos produce son molestias y gastos, mientras que no realiza servicio alguno y ya no encontramos ni espacio dónde tenerlo, entonces llamamos al desguace, alquilamos una grúa y lo retiramos para la chatarra; allí arreglamos los papeles para darlo de baja y pagamos lo que nos pidan.


Allí lo ubican en su lugar correspondiente de acuerdo a las posibilidades que tiene de aprovechar algunas piezas que puedan ser válidas y cuando yo no tiene nada aprovechable se queda allí amontonado para la chatarra hasta que se lo llevan a la fundición.


Ya sé que la comparación es triste, lamentable y hasta escandalosa, pero en la sociedad que hemos montado en la que los valores se han perdido y a la persona se la mide por lo que tiene, por lo que produce o por lo que consume y cuando ya, ninguno de estos barómetros dan positivo, se prescinde de ella, ( se “descarta”  -utilizando las palabras del Papa-) y se convierte en un estorbo que molesta en todas partes, pues obstaculiza el ritmo que le hemos introducido a la vida y cuando ya no tiene capacidad de producir, ni de consumir ni  está en la posibilidad de ayudar a que continúe el ritmo, sino que empieza a necesitar de alguien, porque constantemente tiene problemas y necesita visitar periódicamente al médico … su presencia se convierte en un engorro, hay que buscarle otro lugar que esté tranquilo y deje vivir tranquilos a los demás


Entonces se determina que debe internarse en una “Residencia” ( es el nombre políticamente correcto que hoy se le da al “desguace”) Y al llegar a la “Residencia” se hacen todos los trámites para darle de baja de la sociedad y se establece un objetivo: hacer un cálculo aproximado de modo que en los pocos años que tenga de vida se quede sin un céntimo de todo lo que se dedicó a ahorrar en toda su vida, mientras que la familia se encargan de repartirse las pocas cosas de valor que le hayan podido quedar y le piden a Dios que desaparezca cuanto antes para quitarse la preocupación de encima.


Sí, ya sé que me van a decir que no debo generalizar, que no todo el mundo piensa ni actúa así… ¡Bueno, vale! ¡Menos mal que no todos son así! Pero lo que nadie me puede negar es que el tinglado de sociedad que hemos montado no está pensado así; y si no es verdad lo que digo, ¿Por qué hay tantas “Residencias” de ancianos que se han convertido en el gran negocio del siglo? ¿Por qué tiene tan poca oposición toda la tendencia de hoy a la eutanasia?


Lo bueno que todo esto tiene, a pesar de los ribetes de macabro, es que “Hoy por ti, y mañana por mí” y uno a uno vamos entrando en el mismo carril y desembocando en el mismo aparcamiento del que salimos con los pies “pa´lante”.