El pasaje del evangelio de Lucas (15,1-3.
11,32) que nos presenta la liturgia de
este domingo 4º de cuaresma, nos ofrece un abanico inmenso de posibilidades
para detenernos y hacer una reflexión profunda sobre algo que fue el gran
regalo que Cristo nos dejó y que, con frecuencia, seguimos deteriorándolo.
Frente a la imagen
ridícula, grotesca y espantosa que tiene el pueblo de Dios, Jesús se rebela y
no puede soportar que vivan sufriendo y alejados, mientras que Dios sufre
también al verse rechazado por quienes son fruto de su amor y andan equivocados.
Jesús arremete contra la idea que existe de un dios terrible,
inasequible, distante, irascible, sediento de venganza… y se atreve a presentar
una imagen completamente distinta y, hasta ofensiva, para la mentalidad que
impera.
Pero esto que está en la base del mensaje de Jesús:
cambiar la imagen de Dios, pues en esa imagen de terror, como base, estaba
establecido todo el sistema, por eso, cuando Jesús llegó diciendo que su Padre
era un “Abba” e invitaba a la gente a sentirlo y tratarlo de la misma manera,
lo interpretaron como un verdadero atentado a las bases del sistema, como una
blasfemia y una falta de respeto tremenda a la imagen de Dios. Esto le costó la
vida, pues lo consideraron un blasfemo.
Lo triste de la cuestión es que esa imagen sigue arraigada hasta el punto que todavía
siguen dominando imágenes de un Dios distante, olvidadizo, que cada vez que se
fija en nosotros es para fastidiarnos con enfermedades, tragedias… como si
disfrutara haciéndonos sufrir.
Es muy importante tener bien clara la imagen del
Dios en quien creemos, pero lo es más importante aún, tener clara la imagen del
Dios Padre que nos dejó Jesús, porque nosotros es posible que hayamos
construido nuestra imagen del dios que nos ha interesado, de acuerdo a nuestras
conveniencias y que no tenga que ver nada con el que nos reveló Jesús y, en ese
caso, estaríamos hablando de dos dioses distintos.
De lo que Jesús nos habla, no es de una idea, de una
teoría teológica o de algo mitológico, sino de una realidad que llena y da
sentido a su vida y hace que Él viva, actúe y sienta de una manera determinada;
es algo que es fundamento de su vida y esto hace que Él no pueda ser de otra
manera: “Yo soy así porque mi Padre es así”, lo que Jesús cuenta es lo que vive
y eso no se puede negar, es el testimonio de su propia existencia, ahí no caben
interpretaciones: ese es su Padre Dios, el único y verdadero Dios, y fuera de
Él no hay otro, todo lo demás son imágenes falsas, ridículas, estúpidas, que
una persona no puede ni debe aceptar.
Frente a esta experiencia de vida, se encuentra con
la imagen que sostiene el sistema religioso de Israel y que, justifica que se
desprecie al ser humano en nombre de Dios y, Jesús siente esto como una ofensa
a su Padre. Esto es intolerable y se lanza contra todos aquellos que lo
mantienen: escribas y fariseos, que lo están acosando por exponer su
experiencia de vida.
Es importante –como digo- que aclaremos nuestra
imagen de Dios que puede estar determinada por nuestros intereses, o por los de
una institución, o puede estar determinada por lo que nos muestra Jesús.
Si funciona de acuerdo a nuestros intereses, es
fácil que nos convirtamos en el hermano “bueno” de la parábola y por eso nos
permitimos el lujo de condenar, rechazar a los que no entran dentro del esquema
de nuestras normas que, probablemente, no han sido contrastadas con las de Dios
y, en ese caso, obligamos a que Dios se ponga de nuestra parte y bendiga lo que
nosotros hemos montado –es el caso de los fariseos y todos los grupos
religiosos de Israel-
Jesús no hace sino recrear en la vida la actitud del
Padre que busca a sus hijos, y va detrás de aquellos que se equivocaron en la
vida y andan buscando la felicidad que no van a encontrar jamás y, Él les va
saliendo al encuentro en cada rincón del camino. Jesús mismo se convierte en
“parábola”, en signo vivo de Dios Padre… es que no puede ser de otra manera.
Pero cuando esto lo trasplantamos a nosotros, cosa
que Él pidió que hagamos, no nos queda más remedio que mirarlo y ver qué es lo
que hacemos:
¿Qué Dios es el que presentamos?
¿Qué familia o iglesia es la que sostenemos?
¿Qué fraternidad es la que mantenemos?
La verdad es que, mirando despacio, podemos observar
que han cambiado poco las cosas; lo que Jesús dijo, presentó, testimonió con su
vida, sus hechos, sus palabras… sigue sonando a blasfemia y Dios sigue estando
tan distante en nuestras mentes, como lo estuvo en las de todos aquellos judíos
que lo acosaban.
Como botón de muestra podemos pensar en nuestra
Eucaristía: a ella están llamados todos los excluidos de la mesa de la vida,
por la situación vital que atraviesan: por su pobreza, por su sexo, por su
condición humana, por sus problemas… y es triste ver cómo todos estos se
sienten apartados, porque se les aparta, aunque digamos lo contrario; de hecho…
¿Cuántos de éstos vemos en nuestra Eucaristía de cada domingo?