“Me siento frío, sin ánimos, sin ganas de nada, tengo muchas
dudas, estoy flaqueando mucho en la fe…” Esta es la situación en la que
mucha gente se encuentra y le hace
sufrir porque llega un momento en que no se reconocen, pues siempre llevaron una vida ordenada, que incluso sacaban en su horario un ratito
para detenerse unos momentos de oración
y guardaban un espacio a Dios. Se sentían con paz interior y como “dueños de su
vida”.
Pasado un tiempo,
empezaron a dejarse invadir por una especie de frialdad que le va inundando
todo y llega a crearse un estado de desgana, de “tristeza”, de insatisfacción…
que le lleva a instalarse en una situación en la que ya no se sabe si cree o no
cree: mira a su alrededor y ve tantas cosas que le desaniman, tantas cosas que
no deberían existir y, sin embargo son consentidas, que llega a concluir que no
vale la pena nada y se va abandonando.
Poco a poco se
va olvidando de todo y va dejando que la imagen de Dios en su vida se vaya
borrando, hasta el punto que, cuando quiere acordar, pasan los meses y hasta
los años sin haber sentido la necesidad de Dios. Cuando se pregunta qué es lo
que le ha pasado, no sabe dar respuesta, no ha tenido ninguna causa de su
abandono, ninguna razón para hacerlo, pero se ha ido cerrando poco a poco hasta
terminar aislado.
Esta es una
realidad muy frecuente en nuestros días y es muy posible que te esté ocurriendo
y llegues a concluir que estás atravesando una crisis de fe, pero yo te invito a que te detengas un momento,
porque eso que tú llamas “Crisis de fe” es muy posible que sea el resultado de
otra crisis más profunda que viene de atrás y que es la que le ha hecho perder
sentido, ilusión y alegría a tu vida: hace mucho tiempo que empezaste a perder
el control de tu tiempo y te llenaste de cosas, de obligaciones que atender… y,
cuando quisiste acordar, no tenías tiempo para mirarte, para regalar tu
presencia a los tuyos, para saborear la vida, para visitar a un amigo, para
estar con tu mujer, con tu marido, con sus hijos… es decir: te fuiste alejando
de ti mismo hasta el punto que ya te resultas un extraño para ti mismo. Por ahí
empezó todo.
Y cuando dices de pararte un momento, porque sientes
la necesidad de hacerlo, no sabes por dónde empezar y le das de lado: no existe
un problema grande para enfrentar, pero existen tantas “cositas” sin
importancia, que no sabes por cuál de ellas comenzar; es algo así como si cada
día fuéramos metiendo una piedra pequeñita en el bolsillo y, cuando nos damos
cuenta, tenemos un peso más grande que si lleváramos una sola piedra gordota…
¿Por cual empezamos a desprendernos? Y así vamos dejando para mañana el
comenzar y cada día nos vamos enfriando más.
Nos
convertimos en unas fugitivos de nosotros mismos, pues le tememos enfrentarnos a nuestra realidad y, si no soy
capaz de pararme a dar respuesta a las preguntas que surgen en mi interior, si
rehúyo afrontar mis problemas… ¿Cómo voy
a ser capaz de sentarme tranquilo delante del Señor?
Es
muy probable que nos planteemos en momentos así, como respuesta, el levantarnos
y el ir en busca de Dios, no estaría mal hacerlo, pero no podemos olvidar algo
que también es importantísimo: el encuentro con Dios no es fruto de mi esfuerzo
personal, pues antes que yo haga el movimiento de salir en busca de Dios, Él
anda detrás de mí, delante de mí, a mi lado… haciéndose el encontradizo,
saliéndome al encuentro, apoyándome,
sosteniéndome, acariciándome… intentando por todos los medios que le deje un
espacio, que me detenga un momento, que me dé cuenta que está a mi lado para
brindarle la oportunidad de ofrecerme la alegría que busco y es posible que esté
tan cerrado, tan ensimismado, tan ciego, que no quiera atender, ni mirar, ni
escuchar sus llamadas, de contemplar sus signos. Y nos establecemos en
situaciones vitales diferentes con las que intentamos convivir y “pasar” por
esta historia:
1º- Es muy posible que nuestra vida se haya
convertido en un auténtico laberinto: son miles de cosas en las que estoy
metido que no me dejan tiempo para respirar, siempre ando agobiado, siempre voy
corriendo y llego tarde a todas partes; viviendo en la constante insatisfacción
de no ver concluido nada de lo que empiezo, ni disfruto con nada de lo que
hago…
Estoy
metido en todo, de todo sé, de todo hablo, en todo tengo opinión y la doy sin
que me la pidan, pero en nada profundizo; y esto me crea un gran vacío
existencial.
En
ese torbellino de vida, siempre está Dios esperando que le dejemos un hueco
pequeñito para decirnos: “No te
preocupes, estoy a tu lado, cuenta conmigo, vamos adelante, pero anda
tranquilo, deja su ritmo a la vida, todo se va a ir haciendo a su hora…”
2º- Es muy posible también que te hayas
instalado en una situación acomodaticia en la que no quieres complicaciones y
vas capeando la vida, dando la cara a lo que conviene, respondiendo lo que está
políticamente establecido, de esa manera vas quedando bien con todo el mundo…
¡menos contigo!
Pero
te conformas con que no te compliquen la existencia y lo vas pasando de la
mejor manera que puedes. Incluso le das
de lado a detenerte a pensar, pues eso te puede suponer el peligro de darte
cuenta que no puedes llevar una vida vacía, superficial y sin sentido.
Dios
está ahí esperando a que abras una rendija de tu ventana para que lo veas, si
es que quieres abrir los ojos.
3º- También es posible que te hayas montado un
escenario para tu existencia y hayas montado una auténtica obra de teatro con
tu vida, en cuyo escenario te mueves, intentando dar la imagen que los
espectadores que te rodean piden y toda tu vida la has puesto en quedar bien
ante la sociedad, cuando en el fondo de tu ser, puede llegar el momento en que
esa situación la odies, porque nunca fuiste tú, porque nunca te sentiste a
gusto contigo mismo, porque siempre
estás huyendo de la verdad, que es la única que ilumina tu verdadero
rostro, pero siempre has de ir escondido detrás de la máscara que crees le
gusta a la gente.
Dios
está en el espejo que te miras cada mañana y te dice desde la imagen que se
refleja: “Yo te pensé lindo, eres único,
la obra más hermosa del universo… ¿Por qué no te quieres?”
4º- No hay cosa más triste que colocarte en el
centro de la vida y estar esperando que los demás se fijen en ti, que te tengan
en cuenta a la hora de programar algo; que estén valorando todo lo que haces y
que te den las gracias por todos tus movimientos…
Pero
también es lamentable el instalarse en la situación del que cree que es el
mejor y que todos los demás son mediocres y no hacen nada bien, que el mundo
anda mal porque no se hace lo que tú piensas, que eres el único que lleva
razón... pues pronto te darás cuenta que estás solo, que tu voz no es escuchada
por nadie, porque está hueca, ya que no le das consistencia, pues contigo no se
puede contar para nada, para ti todo está mal pensado, mal planificado, mal
llevado adelante y, lógicamente, en nada te implicas, con lo que tú mismo te
excluyes.
Pero
sin embargo, a la hora de la verdad, utilizas a los demás para tus
conveniencias…
Dios
está esperando que te salgas del centro donde te has ubicado y empieces a poner
en práctica todo eso que sientes y piensas, que no es malo, pero que con tu
egoísmo lo has esterilizado. Dios quiere que seas feliz, pero es imposible
serlo con el sistema que has escogido, esperando que los demás te valoren lo
que tienes guardado, pues esperan que lo saques a la luz.
5º- Hay mucha gente que puso su meta en
acumular cosas: dinero, tierras, casas, electrodomésticos, cacharros tecnológicos,
obras de arte… “cosas” en las que apoya su grandeza, su valía, su prestigio y
con las que goza simplemente con verlas y tocarlas y, con ellas convive.
Cierra
su casa y blinda sus puertas, pues teme que alguien descubra sus posesiones; anda buscando qué compañía de
seguros le puede dar una cobertura mayor
de todo lo que tiene y anda buscando alarmas por todas partes que detecten la
gente que se acerca a su casa. Su vida no tiene otro sentido que servir a lo
que tiene y cuidarlo con esmero. Su concepto de la gente es el considerarla un
grave peligro para la seguridad, de la que no se puede uno fiar en nada y de la
que hay que vivir cuanto más lejos mejor.
Cuando
oye hablar del amor, de la solidaridad, de la acogida… son palabras que le
suenan a sueños de ilusos.
Dios
sigue ahí, en medio de sus “trastos” de sus bienes diciéndole: “No seas necio, vive y sé feliz, comparte la
alegría de todo esto, cuando te mueras… ¿A dónde va a parar todo esto?”