miércoles, 30 de diciembre de 2015

LAS 4 ESTACIONES DE LA VIDA Melitón Bruque


 

Recuerdo que en mis buenos tiempos me gustaba hacer una especie de balance del año por estas fechas, que luego comparaba con el anterior y podían verse los avances que habíamos tenido, pero hoy no me ofrece interés alguno hacer un resumen del año que ha pasado, en el que me he sentido constantemente agredido por los políticos, que han logrado dividir al pueblo y reírse de la forma más cínica de él; me siento asqueado.

La idea para este año me la ha ofrecido un detalle muy simple que recibí el otro día:

Era miércoles y habíamos terminado la reunión de formación permanente que venimos manteniendo; vino a saludarme una pareja de jóvenes a quienes di el curso pre-matrimonial y luego presidí la ceremonia de su matrimonio, me dio mucha alegría verlos; vinieron a presentarme su hija de dos añitos, preciosa; fui a darle un beso y la niña se opuso llamándome “Abuelo”

Todos soltamos la carcajada, pero yo, entre risas, me dolía la imagen que proyecté a la niña y que a ella le salió espontáneamente el rechazarme.

Y he venido todos estos días rumiando en mi interior esta realidad que tanto cuesta aceptarla, pero que no tiene vuelta de hoja, esto es así.

Ya tuve mi primavera, aquellos años preciosos en que soñaba, cuando me volvía loco el pensar que una chica me mirase y pudiera sentir algo por mí; aquellos años en que miraba el sacerdocio y me rebelaba cuando veía que alguien rompía el ideal que yo tenía; aquellos años en que la vida de los grandes héroes quería hacerla mía y sentía ganas de cambiar el mundo… las páginas de mi diario me hacen regresar a aquellos años de lucha titánica por conseguir metas en mi persona.

Aquello ya pasó a la historia y todo ha quedado en el recuero, algo que ya a nadie le interesa… hasta una imagen que repele

Tuve también mi verano cargado de frutos, producto de una lucha intensa en la que se juntó de todo: muchos aciertos de los que me siento orgulloso y muchas equivocaciones debidas a mi inexperiencia, a mi arrojo y a mi osadía que me duele tremendamente haberlas tenido, pero esa es la vida de un hombre y ahora, siento que es lo único que me queda, de lo único que puedo hablar, lo único de lo que me siento orgulloso…

Pisé el umbral de los 50 y todo empezó a tener un color distinto, como las hojas de los árboles en otoño: ya las cosas dejaron de tener aquella magia, sentías que estabas de vuelta de muchas cosas y los sueños empezaron a desvanecerse; ahora, la gente pide para la parroquia un hombre joven y te dicen a car descubierta que los “viejos” estamos trasnochados…

La gente ha hecho que te vuelvas desconfiado y ya mides las consecuencias antes de dar un paso, cosa que antes no lo pensabas; se perdieron los sueños de la imagen: ahora no sueñas con emocionar a nadie y prefieres la autenticidad de las cosas desprovistas de su apariencia; cada vez crees menos en la gente y en las ideas de moda; las utopías ya no te entusiasman, ni crees que valga la pena emplear la fuerza en aquello que no lleva a ninguna parte; cada vez crees menos, en menos cosas, en menos gente, y simplificas la vida.

Cuando miras atrás, te sientes satisfecho y feliz porque viviste tu vida y siento que no la desperdicié, más bien llené todas mis aspiraciones.

No puedo dejar de dar gracias a Dios, de pensar que me invitó a una aventura impresionante que sin Él hubiera sido imposible vivirla: mi vida no tengo idea cómo hubiera sido lejos de Dios y fuera de su proyecto.

Ahora ya, en el umbral de los setenta, terminando –como quien dice- el otoño de mi vida y preparando mi ropa de invierno para la época que se avecina, las ilusiones, los sueños, las preocupaciones, los problemas… no tienen que ver nada con mi época de primavera ni de verano:

Todo fue llegando sin hacerse sentir, como quien entra descalzo en la casa para no armar ruido y, poco a poco fue sintiéndose su presencia: un día fue el colesterol que se había subido más de la cuenta y ya no hubo forma de bajarlo, otro día fue el azúcar o el ácido úrico, o la tensión… total que te fueron quitando de todo lo que suponían los pequeños placeres de los sentidos  hasta que la puntilla vino cuando también la próstata empezó a hacerse sentir, pues  andaba inflamada y te resistías a ir al médico, por aquello del reparo que te daba el ir y bajarte los pantalones y que te hicieran una palpación, sintiéndote violado de mala manera, no digamos ya cuando te hicieron la biopsia y te diagnosticaron un cáncer que hubo que operar a toda prisa… O sea: que en poquísimo tiempo te quedas desplumado, con todos los vuelos cortados.

Todo aquello que me dijeron en mi primavera, todos aquellos escrúpulos que me metieron y la mala conciencia que me crearon, todo se me vino abajo y me produjo una sensación decepcionante, como el que se siente haber sido engañado toda la vida; la misma cosa ocurre con otros muchos aspectos de la vida, de forma que te hace relativizarlo todo y ponerlo en cuestión.

Sin embargo sientes que te mueven los mismos sentimientos, los mismos deseos y hasta la misma fuerza moral, pero ves que no te responde el cuerpo y tienes que empezar a plantearte la vida de otra manera, porque no puedes vivir engañado, creyéndote una cosa y luego constatando que eres otra.

Todo aquello que viví, que sentí y que fui, se quedó muy lejos, mis sueños se convierten en pesadillas, viendo cómo la realidad me ataca y tengo que defenderme, en lugar de ser yo quien ataca.

Yo no pensé nunca  que esto iba a llegar de esa forma, pero me cogió sin darme cuenta, como cuando te sientas en la silla y empiezan a helársete los pies y, cuando quieres acordar, todo el cuerpo se ha quedado helado; a pesar de que yo daba consejos diciendo lo que tenían que hacer aquellos que entraban en esta situación y no se resignaban y luchaban por mantenerse como si todo fuera igual, lo mismo que yo hago ahora, pues no pensaba que todo esto llegara tan pronto; bastó unos cuantos nubarrones en el horizonte (una enfermedad, unos dolores musculares, un poco de artritis que empezó a fastidiarte la rodilla… y todo se desequilibra y ya no hay vuelta atrás: esto es como una casa a la que empieza a caerle una gotera, y cada vez se va haciendo más grande y complicada, se le rajan los muros, entran humedades, se desconcha y aparecen manchas y aquello que en la primavera parecía un lunar que resultaba atractivo, ahora resulta que es una verruga que dicen que es peligrosa y que puede ser un carcinoma de la piel, manchas provenientes de la falta de vitaminas o de no sé qué proteína… sí, goteras irreparables que van anunciando el derrumbe de la casa)

Y abrimos las puertas de nuestro armario y nos lo encontramos repleto de ropa que no nos la podemos poner pues se ha quedado obsoleta, no porque haya pasado de moda, sino porque ya no nos cabe por ningún sitio y la miramos con tristeza, pues tenemos tres tallas más y ya no podemos seguir luciéndola como lo hicimos en la primavera o en el verano de la vida.

No tenemos idea cómo se deformó nuestro cuerpo y se nos pegan los kilos, a pesar de que no podemos comer nada de lo que nos gusta y no hay forma de desecharlos, ¡con lo que nos molestan para atarnos los zapatos o ponernos los calcetines!.

Me quedo alucinando en colores cuando vienen a pedirme que bautice el hijo de los hijos de mis amigos a quienes también bauticé después de haber casado a sus padres y, entonces tengo que dar la razón a esa niñita que me vio como un abuelo, es que ella podría ser tranquilamente mi nieta.

Y veo a mis amigos de la infancia, muchos de ellos hace ya tiempo que murieron y, los que quedan, los veo con sus cabezas completamente blancas o relucientes como bombillas, encorvados y barrigones, moviéndose lentos… y recuerdo cómo eran buenos deportistas y ahora nos juntamos para hablar de nuestros achaques y vamos sacando cada uno nuestros pastilleros para tomar las pastillas que nos toca en cada momento: la tensión, el azúcar… para poder mantenernos en forma.

Y sientes que la cosa va en serio, pues además, ves que se olvidan las palabras que tenías que decir en la conversación que estás manteniendo y tienes que buscar un sitio fijo a las cosas porque te expones a perderlas a cada momento y hay muchos momentos en que la preocupación es fuerte, de que esto vaya a más, porque ya empiezas a perder el hilo de la vida y ya no te acuerdas de lo que comiste el día anterior, mientras se mantiene muy vivo el recuerdo de lo que ocurrió cuando tenías 15 años.

Yo, aunque me guste y me complace escuchar a alguien, que se ve que anda mal de la vista y me echa 10 años menos, pero en mi interior, me da la sensación de que se burlan de mí, pues a la gente tengo que dar la misma imagen que la que yo contemplo a mis amigos de la infancia y que les repito lo mismo que a mí me dicen: “¡Qué bien te veo!”, se ve que es el mejor cumplido con el que quedas muy bien, pero que nadie creemos; para mis adentros tengo que resignarme y suspirar profundo mientras me digo: “No te emociones ni te engañes, Melitón, pues cuando los demás te dicen que te conservas muy bien, es porque se supone que a estas alturas deberías estar sentado en el brasero del invierno de la vida y, una de las formas de consolarte es dulcificándote el oído”

De los 70 en adelante, cada día que tenemos la posibilidad de levantarnos, debe ser un canto de acción de gracias a Dios que nos permite gozarlo y entiendo que la estupidez más grande que podemos hacer, es creernos que estamos en el “verano” y esforzarnos por demostrar a los demás que “no tenemos frío”, (que tenemos la misma capacidad, que podemos responder con la misma energía… Algunos hasta se gastan el dinero en cirugía plástica) con lo que lo único que hacemos es el ridículo y complicamos la existencia, puesto que, desde fuera nos están viendo que ya cometemos fallos grandes y nos están soportando por lástima o porque comprenden que es lógico que ya estemos así.

Es un absurdo querer demostrar que somos fuertes, que no necesitamos de nadie, o que no necesitamos descansar, ni echar una siesta, cuando nos quedamos durmiendo en dos minutos, inmediatamente que nos sentamos y tenemos que centrar la atención en algún tema un poco complicado.

De la misma manera, es una estupidez presumir de fuerza y habilidades, cuando vamos perdiendo reflejos, nuestros músculos se hacen flácidos y nuestras carnes dejan de tener tersura y se descuelgan.

Es el momento de preparar el paracaídas, de ir despojándonos de cosas que nos atan y nos impiden salir del ruedo airosos: “una retirada a tiempo es un gran triunfo, por el contrario, enquistarse en el asiento puede suponer borrar de un plumazo todo lo hermoso que se ha hecho, o precipitar al caos aquello que estaba llamado a crecer y triunfar.

Es el momento en que nos arrepentimos de todo el tiempo y las oportunidades que hemos perdido, con el peligro de perder también la gran oportunidad de vivir el momento presente, que es justamente el indicado para perfilar, borrar, añadir, o quitar aquello que pudo precipitarse.

Es el momento de saborear aquello que vivimos con tanto entusiasmo, o de pedir perdón de aquellas grandes equivocaciones que cometimos y, sobre todo, de perdonar y pedir perdón a aquellas personas que hicimos daño y resarcirlos en lo que se pueda, para que se quede claro que actuamos con buena voluntad y que nunca quisimos hacer el mal a nadie.

Es el momento de dejar bien claro aquello por lo que luchamos y por lo que dimos la vida, de forma que pueda servir de guía a alguien que quiera también jugarse la suya. 

Vinimos a la vida porque alguien nos invitó y nos la regalaron, con el único deseo de que fuéramos felices y procurásemos hacérsela también feliz a quienes nos rodean. Sería un error gravísimo que en la recta final, cuando más libres debemos estar, cuando menos cosas nos deben amarrar para sentirnos dispuestos, para preparar una nueva primavera, en la que ya no seremos nosotros los protagonistas, sino que nos convertiremos en un referente para los que vienen detrás, nos resistamos a concluir nuestra obra y hagamos que nuestra vida se convierta en una pesadilla para los que nos cuidan y viven a nuestro lado.

El mayor triunfo y la mayor riqueza que a esas alturas debemos tener no es una cuenta bancaria, ni un número enorme de hectáreas de terrenos, o joyas guardadas en un banco, o mansiones… que te quiten la paz y te mantengan preocupado, sino un gran número de amigos que den gracias a Dios porque nos cruzamos con ellos en sus vidas, porque mientras vivimos nos dedicamos a ser felices haciendo todo el bien que pudimos, con todo lo que teníamos, para que nadie sufra a nuestro lado… esto hará que seamos la persona más rica, más libre y más feliz del universo.