Querido hijo: el día que me veas vieja, te pido, por favor, que me tengas paciencia; entiende que la vida es un ciclo y todos volvemos a ser niños.
Si cuando hablo contigo repito mil veces
las cosas, no me interrumpas para decirme: ¡Eso ya me lo contaste! Solo
escúchame, por favor.
Cuando quiera comer algo que no deba por
mi salud, no me grites, explícamelo con cariño, así como yo te lo explicaba muchas
veces el daño que hacían los dulces.
Cuando veas mi ignorancia ante las
nuevas tecnologías, dame el tiempo necesario para aprender y, por favor, no
hagas esos gestos con los ojos ni esas caras. Recuerda que yo te enseñé a hacer
muchas cosas, como vestirte, comer, andar… y cómo confrontar la vida.
El día que notes que me estoy volviendo
vieja, ten paciencia conmigo, sobre todo, trata de entenderme. Si
ocasionalmente pierdo la memoria o el hilo de la conversación, dame el tiempo
necesario para recordar, y si no puedo, no te pongas nervioso o arrogante.
Ten presente en tu corazón que lo más
importante para mí es estar contigo, que me pidas consejos y me tomes en cuenta
y cuando mis cansadas piernas no me dejen caminar como antes, dame tu mano, de
la misma manera que yo te la di cuando diste tus primeros pasos ¿Te acuerdas?
Cuando estos días lleguen, no te sientas
triste ni me hagas sentir incompetente, ayúdame mientras llego al final de mi
vida, pero con amor y cariño.
Regálame flores, ahora que puedo oler su
aroma, dime que me quieres ahora que puedo escucharte. Recuérdame siempre tu
amor ahora que puedo verte.
Aunque no tenga dinero para premiarte
con un regalo, yo te lo agradeceré con una gran sonrisa.
Si se te llenan los ojos de lágrimas al
leer esto, no te dé pena, eso demuestra que tienes un gran corazón. ¿Amas a tu
madre? ¡Yo sí amé a la mía!
Brindo por mi madre que cambió su figura
por una gran barriga; que cambió un delineador de ojos por unas ojeras; ella
que cambió las noches de diversión por constantes trasnoches; Que cambió su
bolso por una bolsa de pañales. Aquella madre que no le importó cambiarlo todo
por recibir amor a cambio. Sí, amo a mi madre.
A
los 3 años: “mami, te amo”.
A
los 10 años: “Mamá, te quiero”;
A
los 15 años: Sí, mamá, ¡Qué pesada!;
A
los 18: ¡Cómo fastidias mamá!.
A
los 20 años: ¡Uf! ¡Quiero irme de esta casa!.
A
los 35: Quisiera vivir con mi madre.
A
los 50: ¡”No te vayas nunca, mamá!”.
A
los 70: ¡Cuánto daría por estar cinco minutos con mi madre!
Yo
amo a mi madre. ¿Y tú?