Melitón Bruque García
La liturgia de hoy nos presenta a S. Pablo que se plantea el tema de la
economía de la comunidad y presenta su postura personal como solución al
problema: se trata de una actitud solidaria en la que cuenta el bien del grupo
antes que el suyo propio y, por tanto, no tiene problema en renunciar, incluso,
a sus propios derechos.
S. Pablo presenta a la
comunidad su consagración: “siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos
para ganar a los más posibles”. Su paga, por tanto, es hacer el anuncio y ganar
para el evangelio cuantos más, mejor. El evangelio lo tiene que ofrecer de
balde, porque es así como él lo ha recibido.
Ahora bien, una persona
que se ha puesto al servicio de otros, debe ser sustentada por éstos, si es que
quieren que siga sirviendo, pero no es la predicación del evangelio lo que
exige recompensa, sino su consagración a los destinatarios. El “Trabajo” del
sacerdote, ¿es la celebración de los sacramentos y la predicación del evangelio
por lo que hay que pagarle? ¡¡De ninguna manera!!. El dar el perdón, el
presidir la celebración de la Eucaristía, el ser instrumento de comunicación de
Jesucristo con su pueblo, el llevar el perdón y el consuelo a los enfermos, el
recibir a un niño que nace en la familia cristiana, o bendecir la opción de dos
jóvenes que deciden poner su amor como un signo del amor de Dios a su iglesia…
eso, no solo no es trabajo, sino que es la paga y la gran alegría de la
respuesta que se ha tenido a la invitación que Dios ha hecho a trabajar con Él
en su reino.
El TRABAJO del
presbítero consiste en poner su vida al servicio de la comunidad, para todo
aquello que en el campo de la fe, o de lo que él pueda, y que esté a su
alcance, sepan todos que tienen a un servidor que consagró su vida para ser
testigo del AMOR hecho servicio. Lógicamente, una comunidad cristiana que tiene
a una persona consagrada para ella, ha de cuidarla, si es que quiere que pueda
seguir realizando esa misión.
Esto da una luz extraordinaria a lo que hoy también se presenta con
mucha frecuencia como un problema:
Como persona, el
sacerdote tiene derecho a vivir dignamente, como cualquier persona, además
tiene obligación de hacer un servicio también digno, por tanto, si la comunidad
a la que se consagra, le falta esta conciencia y considera a su presbítero como
un parásito al que no quiere apoyar, y solo le exige un servicio gratis, pero no
está dispuesta a sostenerlo, a este presbítero no le quedará más remedio que,
dedicarse a buscar su sustento por otro lado, o dejar esa comunidad que no
quiere aceptar el evangelio.
Por lógica, quien no
quiere colaborar en una empresa, es porque
siente que no la necesita, que no le interesa, ni se siente unido a ella
y, por tanto, no quiere saber nada del tema.
Hemos comenzado
diciendo que es un problema de suma
actualidad y que, por más vueltas que damos y decimos, la mentalidad
mercantilista nos invadió por completo y perdimos la grandeza de lo gratuito,
que es siempre expresión del amor: estamos acostumbrados y, lo vemos que en
justicia así debe ser, el que damos un dinero y nos sentimos con derecho a
exigir lo que hemos pagado y, por eso, preguntamos “cuánto vale” una misa, un
bautismo, un matrimonio… lo mismo que hacemos cuando compramos unos zapatos o
cualquier otro producto y, mucha gente protesta cuando se le dice que le
pregunte más bien a su corazón, para que le responda lo generoso que es.
No queremos aceptar que
el amor es gratuito y que cuando da, no espera sino la misma respuesta de amor.
La ley, en cambio, se da para aquellos que no quieren amar y, por tanto, no son
solidarios, no quieren colaborar, no se sienten familia, no se puede contar con
ellos… en ese caso, hay que recordarles que el templo al que viene a pedir un
servicio, tenemos que mantenerlo: la luz no nos la regalan, ni ninguna cosa que
necesitamos, como puede ser la rotura de una teja o cualquier cosa de las que
constantemente se están haciendo.
Hay que recordarle que tenemos que ser solidarios con los que no tienen,
que tenemos que sostener al sacerdote y que necesitamos para reparar algún
desperfecto… y si es que no quiere entender esto, entonces no queda más remedio
que hacerle entender que si él no acepta la solidaridad y el compartir,
entonces que pague el servicio que se le hace, ya que es el único lenguaje que entiende. Son para estas personas las
tasas indicativas que se establecen, indicándole que, si es que puede, menos de
esa cantidad no debería dar, pues si lo piensa despacio, verá que suele gastarse,
y no pone reparo alguno, en cosas sin importancia, cantidades muy superiores a
lo que la iglesia le pide: no ponemos reparo alguno en pagar por un reportaje
de fotos 3.000 € o gastarnos un dineral en flores o en música… y no digamos ya
en un banquete, donde se tira un montón de comida, y en cambio, para colaborar con la iglesia andamos regateando
y, si podemos, hasta nos despistamos y no dejamos un solo céntimo.
Realmente es muy triste que esto se tenga que hacer, pero volvemos otra
vez a lo mismo: por estos, que luego, incluso salen criticando de que la
iglesia les “cobró”, es lamentable que la comunidad cristiana tenga que aparecer
con una imagen de “negocio” y haya que renunciar a la imagen de familia solidaria,
en la que todos nos sentimos en comunión y hermanos, teniendo que dar la imagen
de una oficina de servicios que han de pagarse.
Tenemos un largo camino
que recorrer en este sentido y no podemos esperar ni seguir estancados en el error de unos cuantos; vivimos tiempos
en donde hay que clarificar posturas, y esto se siente con carácter de
urgencia: ya se están dando pasos desde hace bastantes años, en que se está
pidiendo que la iglesia tiene que funcionar con total autonomía y no podemos
esperar que nadie venga de fuera a “sacarnos las castañas del fuego”. Hoy
recibe la iglesia lo que los cristianos destinan a ella en su declaración de la
renta, suponiendo esto un 17%, el resto proviene de colectas, donativos, y
fundaciones que los cristianos han hecho para la iglesia.
Cada día se ve con más claridad, que aquella comunidad que no se oriente
en este camino de corresponsabilidad, se quedará sin presbítero y, tampoco podrá
salir adelante, pues nadie le va a echar una mano, eso será un signo claro de
la desaparición de la comunidad, porque murió la solidaridad y la fraternidad en
ella.
Desgraciadamente,
venimos arrastrando una mentalidad medieval que no logramos limpiar y seguimos
pensando que la iglesia es el cura, el obispo, el papa y que cada cristiano le
hace un favor al cura cuando va a la iglesia.
Seguimos pensando que la iglesia es poderosa y riquísima, con capacidad
de competir con el mismo gobierno, en cuestión de poder y de finanzas, por
tanto, ella debe salir al frente de cualquier problema que tenga, pues tiene
capacidad para hacerlo. De hecho seguimos sacando en las conversaciones, las
obras de arte del Vaticano, el anillo de oro del papa… y ahí seguimos
estancados, sin querer aceptar que la iglesia es nuestra familia, la que nos
rodea a diario, esa comunidad de mi barrio con la que me reúno, que sufre, que
se encuentra en el paro, que están enfermos, que no tienen para salir adelante…
y yo, que me siento cristiano, no puedo dejar a mi hermano en la cuneta, y me
reúno con él para pedirle a Dios que nos eche una mano y, de paso, le digo que
cuente con la mía.
Y esa vida que compartimos, nos reunimos para celebrarla con la
EUCARISTÍA y con todos los sacramentos y, afianzamos así los lazos de unión, para
sentir que somos hermanos y que Dios vive con nosotros, animándonos en esa
lucha diaria.
El discurso de la
inquisición, de las cruzadas, de los viajes del papa… es algo que está ya tan
explotado y trasnochado, que ya suena a excusa descarada, para sacar el hombro y
no apoyar, sino por el contrario, hacer lo mismo que se critica, pues
normalmente ese discurso es sostenido por aquellos que jamás han dado un
céntimo a la iglesia y tampoco piensan darlo. Es como aquel que se pone a
criticar todo lo que se hace en la iglesia, cuando jamás ha puesto los pies en
ella ni se ha implicado en nada..