En
la cena del hambre 20-04-13
El otro día recibí una carta de
Edith en la que me pedía que firmara una protesta en contra de un plan del
gobierno que quiere explorar una zona de la selva, en la que habitan 9 etnias y
de la que, con toda seguridad desaparecerán.
La codicia de los dólares salta por
encima de las personas y no repara en nada. Cuando a esa gente se la expropia
de sus tierras, que han recibido por herencia de siglos y que, en su historia
no estuvieron sujetas a papeles ni a burocracia, sino que se fueron
transmitiendo de padres a hijos, ahora los que han establecido las leyes, sin
contar con las personas, por arte de magia llegan y dicen que esa tierra no es
de nadie y que, por tanto, les pertenece y quien se oponga se lo llevan por
delante.
Ciertamente, cuando nosotros oímos
esto, nos quedamos escépticos y hasta no llegamos a darle mucho crédito, pues
nos resulta algo salido de la realidad… las cosas cambian cuando empezamos a
ver que, algo parecido empieza a querer darse entre nosotros, referente a la
vivienda. En estas zonas de la tierra, ocurre a diario y quedan en la miseria y
en la indefensión total, millones de personas de las que nadie se hace eco.
Es tremendamente lamentable ver cómo, en tan poco tiempo hemos sido capaces de olvidar
nuestra historia y montar un sistema que nos ha anestesiado, hasta el punto que
no permitimos que nuestros niños vean realidades duras, pues decimos que
herimos su sensibilidad y el niño lo pasa mal. Hemos creado un nuevo sistema en
el que se repite lo mismo y se dan razones distintas a las que se venían dando
para justificar la pobreza y la explotación:
-Los judíos del tiempo de Jesús
justificaban la pobreza diciendo que Dios castiga a los pecadores, privándoles
de lo necesario para comer y bendice a sus fieles con la abundancia de los
bienes.
-La Biblia, en cambio, sostenía desde
siempre, que Dios no quiere la pobreza y escucha el clamor de los explotados.
-En una mentalidad laica, pasa del tema
de Dios y sostiene que los pobres son el fruto de unas estructuras sociales de
explotación y que, la realización plena de la sociedad, se dará el momento en
que todos sean iguales.
-Otra mentalidad más “antropológica”
sostiene que hay diferentes clases de “personas” y que su misma naturaleza les
inclina a ser de una manera o de otra, por lo tanto, siempre habrá pobres y
ricos, porque eso ha existido desde siempre y hay personas que no saben ni
pueden ser de otra manera. De la misma manera hay otros que nacieron con
carácter de poderosos y siempre serán así.
-Otra ideología muy común, que suele
salir a flote con mucha frecuencia y que, hasta no hace más de un año, se
defendía con fuerza: “El que es pobre es porque quiere, porque es un vago,
porque no es capaz de adaptarse a las exigencias de la vida… Incluso en la
actualidad, en medio de la tormenta en la que vivimos, todavía se oyen
argumentos que justifican lo que padecemos: “si no se hubieran alargado hasta
donde no llegaban…” “Si hubieran sido lo suficientemente sensatos…”.
Es triste escuchar argumentos como que:
“en el tercer mundo son pobres porque no quieren trabajar, o porque dejan que
sus gobernantes se lleven toda la riqueza, o porque no saben hacer otra cosas
que traer hijos...”
Creo que la situación que estamos viviendo,
ya que parece que hemos olvidado lo que se vivió hace unos 40 o 50 años atrás,
nos puede refrescar la memoria y estar dando la clave de comprensión de la
realidad: y es que, el juego de la pobreza o de la riqueza, es cosa de unos
cuantos, que mueven las fichas y organizan la sociedad, de acuerdo a sus
intereses y establecen los sistemas políticos que les conviene, para que
realicen sus estrategias, y buscan sus filosofías para que den las razones que
necesitan, e incluso, sus religiones para que los bendigan.
De todas formas, la conclusión es la
misma: los pobres son el resultado de una estructura humana, basada en la
codicia y en el afán de poder del hombre sobre el hombre, que instintivamente
tiende a someter al hombre y utiliza todas las estrategias de poder, para
sentirse superior y dominarlo, por lo tanto: nadie nace con naturaleza de
pobre, sino que, en su inmensa mayoría, se les obliga a serlo.
Ciertamente,
hay casos particulares de gente que prefiere vivir al día, como parásitos, enganchados
en las costillas de los demás y, aunque les cambiaras la situación, seguirían
viviendo así, pues renuncian voluntariamente a su dignidad, o prefieren
entenderla así, pues les conviene. Pero esos casos no los podemos poner como
ejemplo del POBRE ni es a ellos a quien nos referimos, ni sirven como referente
de nada.
Cuando
lees las posibilidades de vida del planeta, ves que superan en mucho las
exigencias actuales, cuando ves que el gasto de cualquiera de los experimentos
que se hacen, sería suficiente para solucionar el hambre o la educación del
mundo… Cuando escuchas que con solo el dinero negro que hay fuera del país, en
paraísos fiscales que, lógicamente, lo tienen unos cuantos, se resolvería todo
el problema de la crisis… te das cuenta que esto es un juego estúpido de gente
desalmada que le importa muy poco la vida del ser humano y del planeta y juegan
con la humanidad como un niño con las piezas de un puzle, para formar la figura
que les interesa.
En un
momento, recuerdo que en la reunión que teníamos, yo sostenía que lo que
vivimos no es real, pues las ¾ partes de la humanidad viven en la miseria y,
alguien me respondió: “si viven así es porque quieren, pues siendo más, no
tiene explicación que vivan dominados por la minoría”. De alguna manera llevaba
razón, pues esa minoría vive así, gracias a la explotación que realiza sobre la
mayoría.
Pero el
argumento no es válido, en un mundo como el que hemos montado: aunque el
individualismo que se ha establecido como norma, quiera convencernos de que
nadie tiene que ver con su vecino, eso no es cierto, pues todo está
interconectado, todo lo que hacemos y,
la forma cómo pensamos, está en mutua relación y hace que el sistema funcione
así: nosotros podemos tener estos móviles de última generación y las compañías
nos los pueden regalar, porque saben que eso va a multiplicar sus ganancias en
exponentes increíbles, porque además, el material con que se produce está
consiguiéndose con la muerte y la indefensión de niños esclavos, cuya situación
de vida, el sistema se encarga de que no aparezca por ningún sitio.
Pensemos
en el tema de la contaminación, de los vehículos, del petróleo… Hace ya mucho
tiempo existen vehículos que no contaminan, que no necesitan petróleo, que
estaría resuelto este problema de la humanidad… pero los grandes poderes
financieros retiran todo eso y mantienen lo que hay, para que se siga
explotando al mundo, mientras tanto, ellos ya tienen su espalda cubierta y los
políticos están a sus órdenes para llevar adelante lo planes que ellos
establezcan. La misma cosa ocurre con el tema de las medicinas o de los
alimentos. Lo que menos importa es que la humanidad desaparezca, lo importante
es que esos grandes mantengan su poder.
La iglesia
ha mantenido siempre que los bienes y el derecho a ellos, es de todos y deben
tener una función social. Incluso el referente que tenemos de Jesús y de las
primeras comunidades de los Hechos de los Apóstoles, está clarísimo y va mucho
más allá de todos los planteamientos políticos. Esto lleva consigo la necesidad
de un planteamiento ético, de cara al
consumo de las cosas y al uso de nuestro dinero: moralmente no nos es
lícito el “todo vale” si es que tengo dinero para sostenerlo, pues estoy
atropellando los derechos de los demás.
Aunque se
haya puesto el “consumo” como la clave del sistema, que se convierte en motor
para crear necesidades, que son las que incitan a seguir consumiendo, sin más
límite que el que impone el dinero que posees y te lo permite. Podemos
aterrizar en algunos ejemplos:
No podemos
sostener como lícito el que tenemos derecho a coches que alcanzan velocidades
de 300 Kms. Hora y necesitan una energía que deja sin comer a un montón de
gente, o la hacen desaparecer, como he comenzado la reflexión, mientras esos
que se quedan sin comer, tienen que caminar varios Kms para ir a su lugar de
trabajo, donde los tratan como a esclavos y se tienen que alquilar por una
miseria.
No podemos
seguir sintiendo que tenemos derecho a comernos como un aperitivo, antes de
nuestra comida, algo que, incluso dejamos en el plato, cuando eso que nos
dejamos, ha supuesto más del sueldo que
le han pagado al día a quien lo produjo.
No podemos
seguir aupando y aclamando a un equipo de futbol que tiene como presupuesto más
del PIB de un país y sus jugadores cobran una prima de 600.000 € por ganar un
trofeo, que ni siquiera invierten en el país, para no pagar impuestos. Claramente
es un sistema corrompido en la base y está abocado a la muerte y a la
destrucción. Podríamos seguir sacando cosas en las que estamos metidos y que
están íntimamente ligadas con la pobreza del mundo.
¿A qué
lleva todo esto? Sencillamente, a que tomemos conciencia de dónde estamos; a
que nos demos cuenta que manteniendo la forma de actuar, de pensar y, de sentir
que “tenemos derecho”, estamos haciendo posible que este tinglado siga manteniéndose
con fuerza.
El que nos
reunamos aquí para hacer una “cena del hambre” no es para juntarnos un rato y comer
algo que nos va a ir bien para nuestra dieta de adelgazamiento, sino para que
pensemos que hay un montón de millones de personas que se acuestan sin cenar y
que no pueden hacer más de una comida al día.
El que nos
reunamos y tengamos presentes a todos estos que sufren es para que nos unamos a
ellos y tomemos conciencia que la fuerza de los pobres no es el conformismo,
sino la toma de conciencia de la injusticia establecida por el sistema y saber
y convencernos que si ellos tienen la fuerza del poder, los pobres tienen la
fuerza de la unión y la solidaridad.
En estos
días de Pascua estamos oyendo en la Palabra de Dios cómo Jesús se va haciendo
presente en el grupo reunido de los discípulos y les pide que se mantengan
unidos. Estamos escuchando que les deja “SU” PAZ, que no es la que da el mundo,
basada en los cánones del mundo: en la imagen, en el dinero, en la belleza
corporal, en la autoestima, en llenarse de cosas, en el lujo… No. “SU” PAZ es
el resultado de la práctica de la justicia, de la verdad y del amor; es la PAZ
que llena de luz a la persona y la hace sentirse libre de todo y capaz de
transformar el mundo.