Se cuenta
que el profesor Ronald Gibson comenzó una célebre conferencia
sobre el conflicto generacional y lo hizo citando unas frases de grandes
personajes de la historia, tal como ocurre con frecuencia cuando alguien quiere
afianzar su exposición con testimonios
de autoridad en la materia y comenzó con estas afirmaciones:
-“Nuestra
juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no
tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy, son unos
verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando entra una persona anciana. No
respetan la autoridad. Responden a sus
padres y son, simplemente malos.”
-“Ya no
tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país, si la juventud de hoy
toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada,
simplemente horrible.”
-“Nuestro
mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin
del mundo ya no puede estar muy lejos”
-“Esta
juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores
y ociosos. Jamás serán como la juventud de antes. La juventud actual no será
capaz de mantener nuestra cultura”
Después
de leer estas frases y contemplar la expresión de la gente, se le ocurrió
hacer un pequeño sondeo entre el público
asistente, para que dijeran quién creían que podría haber dicho estas
afirmaciones. Cada uno fue diciendo a
quién le atribuía la autoría y al final, cuando todos quedaron en silencio, fue
nombrando el autor de cada una de las frases:
La
1ª la pronunció (Sócrates 470-399 a.C.)
La
2ª la pronunció (Hesiodo 720 a.C.)
La
3ª la pronunció (un sacerdote del año 2000 a.C.)
La
4ª la encontraron escrita en una vasija
de arcilla en las ruinas de Babilonia, la actual Bagdad con más de 4000 años de
existencia
Ante el
estupor de la audiencia, el conferenciante concluyó diciendo: “Relájense,
señores, que el problema ya ven que ha sido siempre el mismo”.
Es cierto
que, para muchos padres y educadores, estas afirmaciones les traen un poco de
consuelo, pero no deja de ser la receta del “mal de muchos, consuelo de tontos”,
porque la verdad es que, los mejores años de la vida, donde hay más posibilidad
de aumentar la riqueza de la persona, donde se han de afianzar los valores que
han de servir de fuerza para todo el trayecto de la existencia, se convierten
en el mayor vacío y descontrol, quedando ese espacio vacío para siempre.
Yo recuerdo
con frecuencia la frase con la que me animaba un indígena de los Andes cuando
en una reunión tratábamos el tema de los jóvenes que despreciaban la cultura de
sus mayores, me decía: “Padrecito, lo que ocurre siempre es que la vaca, nunca
se acuerda de que antes fue ternera” y, puede ser esa también una de las causas
de que no logremos entendernos: miramos
y juzgamos desde la madurez, desde la experiencia, desde los prejuicios…
incluso desde los intereses consolidados y, lógicamente, nos estrellamos,
pues “la ternera” nunca va a entender
que todo eso que se le dice sea posible ni real. Después, a medida que se lo va
encontrando, va recordando y
arrepintiéndose de la oportunidad que despreció.
Esto no
quiere decir, de ninguna manera, que haya que dejarlos que se rompan la cabeza
contra el sinsentido y la estupidez, porque eso resulta a la postre y, por eso
nos hace sufrir tanto, pues nos damos cuenta, cuando ya no hay remedio, que es
el mejor tiempo de la vida y lo desperdiciamos
de la manera más estúpida. Tal vez, por eso, aquellos indígenas, a esa
edad la llaman “La edad del burro” como aquí la llamamos “La Edad del pavo”,
porque de una u otra forma, así suele el
ser humano tomarse la vida.