Cristo viene a
integrar al hombre, a estructurarle una coherencia vital, de tal forma que lo
que aparece en el exterior es un fiel reflejo del interior que vive en él y,
ese interior es una realidad completamente nueva, vivificada por el Espíritu
Santo que nos hace llamar y sentir a Dios Padre, por lo tanto nos impulsa a
vivir como hijos de Dios.
Esta es la gran
realidad de la RESURRECCIÓN que celebramos: somos “hombres nuevos” porque el
hombre viejo fue clavado en la cruz con Jesucristo y resucitó el hombre nuevo.
Esto ha ocurrido ya en
nosotros con nuestro bautismo, donde fue enterrado el hombre viejo y ha
resucitado el hombre nuevo, insertado en la muerte y en la resurrección de
Jesús. Esta nueva realidad nos lleva a vivir de una forma completamente nueva,
con un sentido completamente nuevo y distinto, con una coherencia total entre
lo que sentimos, pensamos, hablamos y vivimos.
Pero tristemente la
dicotomía sigue en pie y para muchos cristianos es preferible el antiguo
régimen de vivir por un lado su relación con Dios y el mundo espiritual y por
otro vivir el mundo espiritual como dos realidades inconexas.
Bástenos el ejemplo
que tenemos a diario cuando escuchamos hablar de la necesidad que tiene un
cristiano de practicar las obras de misericordia: dar de comer al hambriento,
vestir al desnudo, hospedar al que no tiene casa, visitar al enfermo y al que
está en la cárcel… automáticamente hay gente que a la iglesia viene a rezar y
no a escuchar discursos políticos y es que no hemos entendido en absoluto el
mensaje de Jesús que nos deja UN SOLO MANDAMIENTO: EL AMOR y que el único signo que nos va a
distinguir como seguidores suyos es cuando este AMOR lo llevamos a la práctica
y lo realizamos con nuestros semejantes.
Pues no sé qué ha
pasado que hemos desencarnado el seguimiento de Jesús y lo hemos confundido con
una doctrina que se queda solo en la teoría para ser aprendida de memoria y una
práctica que se confunde con el no creyente. Esta realidad viene causando unas gran división dentro de las filas de los
creyentes, de manera que podemos
encontrar católicos en los partidos políticos que distinguen entre lo que es
ser creyente y lo que es ser político y así los vemos apoyando leyes y
tendencias que van en contra de todos los principios naturales, espirituales y
cristianos y por otro lado se confiesan creyentes y practicantes. Lógicamente
el testimonio que damos como cristianos que creemos en la resurrección, más que
testimonio es un espectáculo bochornoso.
Jesús dejó bien claro
su mensaje: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis como yo os he amado… y
en esto conocerán que sois de los míos: en que os amáis los unos a los otros”:
el amor a Dios y el amor al prójimo son como las dos piernas que sostienen al
cristiano, si le falta una andará cojo. Nadie puede decir que una persona con
una sola pierna está perfecta. Por tanto, ser cristiano y vivir en cristiano es
tener las dos piernas fuertes; ser testigos de Cristo Resucitado es vivir con
todo el cuerpo en armonía con Jesús.
No puede haber
contraposición entre “doctrina” y “práctica”, es más, no se entiende la una sin
la otra y ambas se necesitan.
Cuando esto no se
tiene claro, es muy fácil caer en lo mismo que el Papa Francisco denuncia: “Nos volvemos incapaces de compadecernos
ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni
nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos
incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el
mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas
truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de
ninguna manera nos altera”. (E.G. 54).
Ya advertía también de
este peligro el Papa Benedicto XVI en “Caritas
in Veritate” “Si la justicia está separada de la teología,
la caridad se “malinterpreta y se vacía de significado”.
El Papa
Francisco lo deja bien claro en E.G nº 3
“Sólo en la verdad
resplandece la caridad” pues la verdad es lo que le da el
sentido y el valor a la caridad; es decir: no pueden estar
encontradas la razón y la fe; el hombre no puede vivir haciendo lo contrario de
lo que piensa y siente.
El gran
problema que ha venido dándose a través de todos los siglos ha sido siempre el
mismo: separa fe y vida como dos cosas que no tienen que ver la una con la otra;
problema que ya el mismo S. Juan deja bien claro: “La religión pura es esto, interesarse por la viuda y el huérfano
en dificultad, y mantenernos inmaculados del mundo”. (Jn 1, 27)
Y
después Santiago lo ratifica. “La fe, si
no tiene obras, está muerta… ¿Quieres enterarte, insensato, de que la fe sin
las obras es inútil? (Stgo. 2,17)