“bienaventurados
vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por
mi causa. Alegraos y regocijaos porque
vuestra recompensa será grande en el cielo, pues de la misma manera
persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mt. 5,11-13)
VIVIMOS CONFUNDIDOS
Cuando leemos
esta última afirmación que hace Jesús en su discurso programático, nos
da la sensación de que, o Jesús está loco, o este mundo está desquiciado o mal
programado, pues funciona completamente al revés:
-Cuando a una persona se la critica,
se la cuestiona, se le hace el cerco, automáticamente decimos que está
fracasada, que ha perdido el tiempo y
que no merece la pena escucharla.
A nuestros jóvenes los preparamos
para que triunfen, para que sobresalgan por encima de los demás, ganen un buen
sueldo, obtengan los mejores puestos y consigan los mejores premios… Y cuando
una persona no llega a los mínimos en este sentido, se le cataloga como un
fracasado, un pobre hombre o mujer que no ha sido capaz de llegar a ningún
sitio en la vida.
Es decir: este mundo está programado
para el éxito, para el triunfo, para vivir a lo grande, para disfrutar y poseer
todos los medios para triunfar.
Incluso a la hora de catalogar a
alguien como “bienaventurado” o “feliz”, lo último que se nos ocurriría es afirmar
lo que afirmó Jesús, pues para nosotros “FELIZ” es aquel que responde a los
esquemas que tiene establecidos la sociedad en donde vivimos: “Tanto tienes,
tanto vales”, por tanto, “Feliz” es aquel que tiene una buena cuenta en el
banco, con la que pueda responder a cualquier proyecto que se plantee. Esto es
lo que le hace sentirse seguro ante los demás y con lo que saca pecho…
Pero es curioso que la práctica no resulta
esto que se sostiene y lo que nos muestra no es esa felicidad, sino más bien
todo lo contrario, pues todo el que vive pendiente de este camino de ascensos
económicos, vive angustiado, pues no goza de sus triunfos como persona, de sus
pequeños detalles personales… todo lo pone en referencia a la consecución de
los objetivos impuestos por el sistema; es un esclavo de esos objetivos. Jamás
goza con aquello que “ES”, pues no sabe valorarse a sí mismo y gozar por lo que es; es muy común
encontrarse a estas personas que lo tienen todo, pero nunca están satisfechos y
rezuman agresividad y resentimiento en contra del mundo que les rodea.
El mundo en el que vivimos nos ha
abocado a conseguirlo todo compitiendo y lo más triste es que nos aboca
a una competición de papeles; la persona pinta muy poco: eres más grande cuantos
más papeles presentas que certifiquen que eres más que los demás competidores.
Pero en la grandeza de la persona nadie se fija, pasa desapercibida… y te
quedas en la cuneta siendo excelente, y te amargas y te acomplejas porque el
otro presentó un papel más que tú, porque tuvo dinero o un enchufe para
conseguirlo… Y llenamos nuestra habitación con títulos colgados, que muestran
nuestra grandeza y, con frecuencia nos encontramos a gente que ya no le caben
los títulos en la pared y, en cambio no hay cómo dirigirles la palabra, pues su
tono despectivo y prepotente aleja a todo el que se les acerca.
Y cuando los encuentras en la vida, se
los ve cargados de tristeza e insatisfacción, pues la envidia los corroe, ya
que ven que otros, con menos títulos, triunfan y esto les impide gozar con lo
que tienen, pues no pueden tolerar que alguien esté por encima de ellos. Viven
siempre pendientes de los éxitos de los demás y no son capaces de reconocer la
grandeza del otro, por eso no harán sino buscar el aspecto negativo para
engrandecerlo y criticarlo, pues no pueden disfrutar con la alegría de los
demás.
El mundo ya tiene establecidos unos cánones de felicidad
y de grandeza, si no encajas con ellos
no tienes nada qué decir, no pintas para nada ni para nadie, tu voz, tus
ideas, tu persona, tu trabajo… es algo sin importancia que no merece la pena ni
mirarlo.
Y lo triste es que nos lo llegamos a creer y, somos
nosotros mismos los que despreciamos, minusvaloramos y le quitamos todo el
valor a todo lo nuestro y convertimos nuestra vida en una lucha por acomodarnos
a lo establecido, con lo que terminamos por ser nosotros mismos los peores
enemigos de nosotros mismos, convirtiéndonos en seres gregarios que entran por
el montón, creyéndose que no sirven porque no alcanzan a dar las medidas del “casting”
que se ha impuesto; en cambio, se sienten triunfantes cuando se les aprueba
porque han dado la talla de lo establecido.
Lógicamente, cuando oímos a Jesús decirnos esto, nos
quedamos completamente fuera de juego, pues Él viene a decir absolutamente todo
lo contrario: la fuerza está en nosotros mismos; somos originales, somos únicos
e irrepetibles, cada uno tenemos unos valores, capaces de cambiar el mundo y
fascinar la creación entera.
Frente al planteamiento de Jesús y el planteamiento del
mundo, yo no puedo evitar hacerme la siguiente pregunta: ¿qué ocurriría si cada
uno de nosotros pensáramos en toda la grandeza y la belleza con la que Dios nos ha adornado y nos decidiéramos
a ponerla en práctica, con un objetivo común: HACER UN MUNDO MEJOR?