sábado, 10 de mayo de 2014

VIVIR EN EL MUNDO VIRTUAL (Melitón Bruque García)


Tengo el último Smartphone, es genial, con él  tengo infinitas posibilidades…  En mi lista de contactos tengo  más de 500, pero solo conozco personalmente a dos, todos los días nos decimos algo aunque no nos conozcamos… Bueno, no es que me haga mucha ilusión conocer a ninguno, pero es “guay” el tener todos estos amigos, aunque… no sé si llamarles amigos, ¡Es lo mismo!, pero sí, en realidad estoy solo, me siento muy solo, pues no tengo amigos y no me relaciono con casi nadie.

            Sí, oigo por ahí que nos dicen que nos estamos incapacitando para relacionarnos, y cuando lo pienso despacio veo que es verdad, yo me aburro con las personas, las encuentro estúpidas; esto debe ser grave, pero cada vez me siento más a gusto con mi “Smart” y con mis juegos, siento que lo tengo todo lo que deseo y puedo organizar mi vida y mi tiempo como yo quiero sin tener que pedir explicación a nadie.

            Claro que, pensándolo despacio me doy cuenta que toda mi vida está pendiente de una pantalla y no miro nada de lo que existe a mi alrededor, con lo cual, eso que llaman “red social” es un cuento, pues cada vez estoy más aislado de la sociedad.

            Estoy deseando volver a casa y encerrarme en mi habitación; eso le encanta incluso a mis padres, pues ven que no ando por ahí y de esa manera están seguros y tranquilos, pero yo, cuando me encierro en mi habitación no quisiera salir ni para comer, pues abro mi gran ventana que es el ordenador y por ella me escapo al mundo que me gusta, donde no hay barreras ni límites, tengo todas las puertas abiertas, soy el más grande y dispongo lo que quiero…

            Solamente me doy cuenta que vivo en mundo real el momento en que mamá me avisa que la comida está preparada, pues tengo que comer, aunque yo seguiría en mi mundo de ilusión, pues lo que aquí en la realidad me encuentro es despreciable: en la mesa solo se habla del paro, de la crisis, de los grandes robos, de la falta de dinero para vivir… a mí me cansa todo eso, me aburre, no quiero escucharlo y estoy deseando terminar el plato para escaparme de nuevo a mi mundo…  Pero claro, ahora que lo pienso despacio, lo real es lo que me he dejado en la mesa, en la calle y no lo que veo por esta ventana de mi ordenador, pues necesito comer, vestir… y eso no me lo da este teclado ni la pantalla de mi teléfono. Pero yo controlo todos estos aparatos y cuando algo no me gusta lo apago o lo cambio y se acabó; toda esta tecnología son mis únicos amigos, yo me siento feliz y seguro con ellos, los amo, son mi mejor compañía, con todos estos aparatos me siento el mejor, el más grande, pues soy yo el que domina… pero todo esto es frio, de plástico. Nada de esto me ama.

            Y, pensándolo despacio, me doy cuenta que vivo en una ilusión, pues yo me siento el que controla todo, el que domina… pero en realidad el dominado soy yo, pues cuando lo pienso, veo que sin todo esto yo no sabría vivir y lo único que esto me hace es encerrarme en mi y hacerme sentirme bien conmigo mismo, con mis gustos, con mis intereses, con mi imagen… pero no soy más que un ser que vive en si para sí y consigo mismo… pero yo no sé si le intereso a nadie, si le gusto a nadie, si alguien se siente feliz a mi lado… aunque esto me engaña diciéndome que no tengo por qué gustar  a nadie, es suficiente con que yo me sienta a gusto conmigo mismo.

            Yo comparto con mis “amigos” virtuales, lo mismo que lo hago con el protagonista de los juegos: son seres sin imagen, que nos los veo ni sé lo que producen en ellos las letras que tecleo, no sé si me leen ni si me desprecian cuando me cortan la comunicación; puedo decirles lo que quiera sin miedo a que el teclado  me dé una bofetada… ¡¡No nos conocemos!! Ni nos interesamos, ni sé, ni me importa si está ahí, escuchándome y palpitando con mi alegría o mi dolor. No siento el calor de su cercanía, solo tengo un “aparato” de plástico negro o de colores, es igual, pero no cambia de color ni de calor por mucho que nos tecleemos.

            Puedo mentir, exagerar, cambiar la realidad, pintarla como yo quiera, mostrarme como más me guste…  incluso hasta cambiarme de sexo con quien me convenga mantener una relación distinta…  para comprobar sensaciones diferentes, claro que, puede ocurrir que lo mismo estén haciendo conmigo… Todo esto, lo siento muy lejos de mí, no me llega, pues yo estoy encerrado en mi habitación y cada vez me hace más suspicaz y desconfiado  de todo lo que existe al otro lado de esa puerta. Aunque no quiera admitirlo, soy un ser socialmente solitario, estoy rompiendo lo más hermoso que tengo: mi capacidad de expresarme, de relacionarme, de amar y sentirme amado.

            No, el mundo no es el que yo tengo ahí dentro de mi habitación, todo perfectamente controlado y ordenado a mi gusto… el mundo está vivo, abierto a la relación, a lo inesperado, a la sorpresa, a la alegría, a la tristeza, al ruido, a la luz del sol, al cambio de las estaciones, al viento, a la lluvia… a la vida. El mundo no es un teclado ni el horizonte una pantalla.

            Le doy gracias a Dios de que alguien me hiciera caer en la cuenta de todo esto, fue mi madre que me llevó  a la fuerza a ver a mi abuela que se encontraba hospitalizada y cuando entré a la habitación y la vi con muchos tubos enchufados por todas partes, me dio miedo, no quería mirarla y me Salí de la habitación sin ser capaz de besarla. Yo no podía soportar ese mundo que te hace depender de todos esos tubos y no te posibilita comunicarte con la gente.

            Cuando llegué a casa, mi madre me regañó y me dijo que me había portado muy mal… después de la reprimenda, ya más tranquilos le contesté a mi madre que para estar así, yo prefería estar muerto, es más, si es que a mí me ocurriera algo y llegara a ese estado, le dije a mi madre que me quitaran todos los tubos y me dejaran morir.

            Mi madre aceptó la propuesta y me contestó:  -“Perfecto, desde este momento voy a cortar el contrato de internet y voy a retirar todos los cables o tubos, como tú le llamas, al wifi, al ordenador,; voy a retirar todos los cables para cargar los teléfonos, la Tablet, el Smartphone, la Wy, los del equipo de música, los de la televisión… no va a quedar ni un solo cable de nada en la casa… a ver si es posible que tú seas capaz de relacionarte y hablar con la gente y saber qué es lo que tú eres capaz de hacer en la vida… porque, hasta ahora, estás bastante peor que la abuelita…”

            Cuando volví a “mi mundo” y me senté delante del ordenador, antes de conectarlo, me detuve a pensar en todo lo que me dijo mi madre y, efectivamente, llevaba razón: si me quita todos esos “tubos” que decía, yo no soy nadie, ¿qué hago?, ¿A dónde voy? ¿Con quién me relaciono? ¿Qué digo? ¿Cómo me distraigo?... si no sé hacer otra cosa más que teclear  y todo mi mundo se reduce a una pantalla y el resto me parece una estupidez, es decir, estoy agonizando.

            En ese momento respiré hondo, levanté mis manos del teclado, automáticamente se me fueron en busca del teléfono, necesitaba llorar, pero no había nadie que me escuchara, necesitaba decir que quería salir de aquel agujero, pero los nombres que tenía en mis contactos  permanecían mudos; no tenía nada más que aparatos de plástico a mi alrededor, lleno todo de cables…

            Por primera vez en mi vida tomaba una decisión de no ser yo quien “dominara” el mundo  y dejarme interrogar por él: salí de casa, me dejé el teléfono, ¡qué horror! Me costaba trabajo hasta andar sin el teléfono, no era posible salir así, con esa inseguridad…Me fui con lo puesto a respirar el aire, a escuchar el ruido de los coches por la calle, los gritos de los niños en el parque, el ruido de la gente que va hablando, el chirrido del tren cuando para  en el metro y ver la cantidad de gente que va por la calle.

            Todo eso que vi aquella mañana no está en el menú de mi teléfono ni en mi ordenador, nada de eso lo puedo yo controlar, pero me siento impotente para enfrentarme a ese mundo.

En ese momento sentí la soledad más brutal que nadie pueda imaginar; sentí que debo ser un ser aburrido, inútil, pues no valgo para vivir en este mundo real, soy un ser solitario, un extraterrestre…

            Pero pude observar otras personas que, como yo, vivían enganchadas en los mismos “tubos”: iban por la calle, con sus ojos clavados en la pantalla del teléfono, hablando solos y  a voces por la calle que parecían locos, o en grupos, pero distantes unos de otros, pues cada uno iba colgado de su teléfono hablando con su “amigo” o tecleando en el whatsap,  pero sin ser capaces de percibir el calor, la alegría, la amistad, la cercanía del que va a su lado.

            Vi que la gente va por la calle y parecen zombis y me decidí salirme de ese mundo: le dije a mi madre que si quería, me quitara todos los “tubos”, que yo quería vivir, encontrarme con la gente y empecé a tener  nuevas sensaciones, nuevas alegrías mucho más profundas y entrañables: empecé a estremecerme al mirar a la gente y contemplar el brillo y la luz de sus ojos; yo no había visto eso jamás.

            Le pregunté a mi padre y le pedí que me contara cómo había sido su infancia y lo dejé que me hablara:

- “Cuando yo era niño, no había nada de esto que tú tienes, ni se nos ocurría soñarlo. Cuando salíamos de la escuela, la pandilla de amigos no íbamos a jugar toda la tarde y volvíamos a casa ya tarde; no necesitábamos que nos acompañaran a la escuela nuestros padres y cuando faltábamos a la escuela, nuestro padre y nuestra madre nos arrancaban las orejas y jamás se nos ocurría decirle a nuestros padres que el maestro nos había regañado, pues  nos caía otra peor.

            Teníamos una bici y con ella recorríamos todos los caminos y nos íbamos por el campo a buscar frutas y nidos; mis zapatillas de tenis las tenía hechas polvo y manchadas de grasa; con los amigos nos construíamos casas en lo alto de los árboles y jugábamos a  la guerra entre los barrios del pueblo, teníamos nuestros verdaderos líderes…

            Hoy ha cambiado todo: los niños van muy limpios, diría que esterilizados, ya no se ve un niño por un camino ni por las calles, todos van muy seguros y acompañados de sus padres o de sus abuelos, a un niño no se le puede dejar que llore o que sufra algún revés; los columpios de los parques están quietos y oxidados… da una sensación de encontrarnos en un mundo de robots, pues los mismos niños viven ciegos ensimismados con sus videojuegos y no son capaces de estar tranquilos un momento con la gente si no están ocupados en  algo.

            No sabes lo que te estás perdiendo, hijo mío: yo, cuando tenía 18 años, a tu edad, conocí a tu madre, nos encontramos en una esquina, nos sonreímos y, sentí que en mi corazón y en mi vida había eclosionado algo completamente nuevo; no la llamé por teléfono, sino que, instintivamente volvimos a encontrarnos en la misma esquina, nos saludamos, nos miramos de nuevo y vi una luz en sus ojos más hermosa que la del sol, me llenó como no puedes imaginar; un día nos atrevimos a darnos la mano y fue el mayor de los acontecimientos de mi vida, no dejé de soñar, la veía en todas partes, la sentía como el gran proyecto de mi vida, por ella encontré un nuevo motivo para seguir estudiando, para trabajar y para vivir y me sentí un hombre feliz, útil y con ilusión para abrirme a la vida.

            Un día, yo había cumplido los 20 años y ella los 19, cuando fui a felicitarla nos besamos por primera vez y aquello fue como la firma del gran pacto de nuestras vidas; desde entonces no ha habido otro ser en mi vida más que ella que la ha llenado por entero de alegría, de felicidad y de sentido para mi existencia… Nada de todo esto hubiera ocurrido si yo hubiera vivido pendiente y colgado de unos cables, de unos teclados y de una pantalla. Todo esto me lo hubiera perdido si hubiera vivido  ensimismado, como tú vives, con el whatsap.

            Nos casamos y viniste tú como el mayor de los regalos y como el mayor acontecimiento de nuestra vida, no sabíamos cómo hacer para que te sintieras de lo  mejor, queríamos que fueras el hombre más feliz del mundo… pero nos equivocamos, pues te robamos la infancia, la niñez… quisimos que estuvieras a la altura de lo que manda la moda y no te dejamos ser niño, te atiborramos de cosas, de clases… queríamos que estuvieras a la altura de las circunstancias…  le temimos a la vida y te aislamos; quisimos que te sintieras bien y te encerramos en tu mundo virtual… Hijo mío, quiero pedirte perdón por nuestra equivocación. Seguimos queriendo lo mejor para ti, por eso hoy te pedimos que levantes los ojos de esas pantallas, mires la vida, retira tus manos de esos teclados y utilízalas para algo más hermoso y grande que teclear; acaricia con ellas, trabaja, construye cosas con las que puedas disfrutar tú y los demás, abraza a la gente, a los niños, déjate abrazar y sentir el calor del amor…  No mires más a ese teléfono, apaga tus pantallas  y déjate tocar por la vida recorriendo el camino que ella te presenta.”