30-09-18
Toda
nuestra vida se nos escapa mientras esperamos: ser mayores, tener un trabajo,
tener un buen sueldo, llegar a la jubilación, tener una buena casa, un buen
coche, que nos toque la lotería, una fiesta, la visita de un amigo, un
acontecimiento importante… y se nos va perdiendo la vida que transcurre a cada
momento mientras preparamos lo que esperamos, pensando que la vida nos va a
esperar a que nosotros cumplamos nuestros planes.
La
vida es lenta, va marcando su tiempo segundo a segundo y aunque todo parece
igual, nada es lo mismo, cada cosa, cada segundo es distinto, irrepetible, ya
no se volverá a repetir jamás, como el agua del río que pasa delante de ti,
nunca más volverá.
Mientras
tanto, nosotros vamos locos, corriendo a todas partes y llegando tarde a todos
los acontecimientos, con la sensación de que algo nos falta; el estrés es la
marca que nos define, todo ha de ser ya y ahora y damos golpes a las máquinas
cuando no responden inmediatamente al golpe que le damos a la tecla; todo lo
queremos al instante, si es posible con la misma rapidez que lo pensamos…
Pero
la vida y el tiempo no entienden de esos arrebatos nuestros, ni dejan que les
rompamos su ritmo con la prisa del desesperado.
Cada
segundo del tiempo es un momento de la vida cargado de alegría, de emoción, de
color, de sorpresa… pero el que vive a contrarreloj no le da tiempo a observar
ni gozar nada, a vivir lo que la vida le presenta… y pierde el tiempo yendo y viniendo,
mientras espera que ocurra lo que desea, perdiendo la alegría de la vida, de
todo lo que ocurre a su alrededor… y la vida pasa mientras nosotros corremos
sin disfrutarla.
Nos
hacemos planes y esperamos conseguir momentos inolvidables, importantes, perfectos, preciosos, llenos de
alegría y felicidad… y mientras tanto, vamos perdiendo la alegría de cada
momento que se nos va escapando, sin darnos cuenta que la vida y el tiempo son
el momento hermoso que llega a nuestras manos a cada instante para que lo
llenemos de alegría, pero estamos pensando en otras cosas, o estamos dándole
otro sentido, queriendo llenarlo de cosas materiales, de lujo, de dinero, de
placer… y mientras tanto, vamos desperdiciando la alegría y el placer de vivir.
Vivimos soñando con encontrar un
trabajo y vamos dejando que pase la posibilidad de expresarnos y realizar lo
que somos y la capacidad que tenemos, gozando con convertir nuestra capacidad
en servicio, de forma que los que nos rodean se sientan felices gozando de
nuestra habilidad y destreza; esperamos amargados que nos llegue un trabajo que
nos pueda reportar un dinero y vendemos nuestra capacidad y grandeza por unas
monedas que siempre nos van a saber a poco, a tener agobiados y amargados, pues
consideramos que nuestro trabajo no es valorado como se merece, pero tampoco
nosotros nos decidimos a valorarlo regalándolo para felicidad de los demás y
gozo de nosotros mismos; y nos metemos en la onda de la desilusión, esperando
que llegue el viernes y detrás de él, el fin de semana, y todo el año lo
pasamos soñando en unos días de vacaciones, o mirando el calendario viendo los
posibles puentes donde buscamos
evadirnos, de forma que no queremos ser conscientes de nada de lo que existe a
nuestro alrededor, dejando que pase la vida sin que nos llene de su grandeza, y
así pasamos por la vida como la hoja que cae marchita del árbol y se la lleva
la corriente, sin haber dejado que la vida nos llene y nos ilumine y sin haber
disfrutado y dejado que nos inunde de su grandeza.