Todos
los días se sienta en el mismo sitio y no permite que nadie se lo quite; esta
tarde, cuando llegó y vio que otra mujer se había sentado en su lugar se puso
furiosa.
Ver
la tontería por la que montamos un problema me ha hecho que me detenga a pensar
en algo que hago a diario y me doy cuenta que siempre repito los mismos
movimientos y los hago de forma totalmente inconsciente, por ejemplo: siempre
me acuesto por el mismo lado de la cama y hago el mismo movimiento para
levantarme; me siento en el mismo sitio
de la mesa, me cepillo los dientes de la misma manera; me peino de la misma
manera; entro por la misma puerta de las dos que tiene la iglesia y ocupo el
mismo sitio… hasta cuando voy al bar con los amigos, siempre nos ponemos en el
mismo sitio, si es que está libre, claro
está.
Al
caer en la cuenta de esta realidad me ha venido al recuerdo un camino lleno de
curvas, vueltas y revueltas que hacía con mucha frecuencia y cada vez que
pasaba por allí, siempre protestaba, porque cada vez le veía menos sentido a
todas aquellas revueltas y curvas inútiles, de forma que el camino se alargaba
enormemente y sin sentido; pero el caso es que, toda la gente que pasaba por
allí, siempre la oí protestar por lo mismo y dar las mismas explicaciones: que
si el dueño del terreno no había querido que el camino pasara por un lugar
determinado, que si es que en cierto recoveco habían matado a alguien y decían
que se aparecía el espíritu, que en un barranco se habían oído voces extrañas…
otros decían que habían echado un burro por delante para que él viera lo que le venía más cómodo… el caso es que un
trayecto que tranquilamente se podría hacer en media hora, empleábamos más de
dos horas, pues se hacía veinte veces más largo.
Pero
lo increíble es que nadie abría el sendero por otro lado para acortar el camino y todos seguíamos, como por
inercia, recorriendo todos los días las curvas y las revueltas protestando y
aguantando el sin sentido; había llegado a crearse una especie de miedo o tabú
al que nadie se atrevía a hacer frente y seguíamos recorriéndolo porque desde siempre ese había sido el camino
que llevaba a “Rincón Alto”, que así se llamaba la aldea a donde conducía.
Años
después, llegaron unos jóvenes dispuestos a enderezar las curvas, hacer una
calzada más ancha y transitable y
hacer algunos espacios de descanso,
desde los que se podría divisar un hermoso paisaje y la aldea entera se levantó oponiéndose al
proyecto y diciendo que ese camino se había tenido así desde siempre y que eso
había pasado a ser parte del paisaje y elemento básico de su cultura, pues por
allí habían transitado sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos y no permitían que nadie cambiara algo que estaba tan enraizado en la historia
del pueblo… y los vecinos de “Rincón
Alto” siguen haciendo tres horas de camino para andar los dos
kilómetros que los separan de “Rincón Bajo”
Y
es que no falla: el ser humano es una especie de animal de costumbres que
tiende a repetir y hacer tradición hasta los mismos movimientos que hace y que
llega a repetir de forma mecánica, como autómatas, sin detenernos a preguntar
por qué lo hacemos o la posibilidad que habría de hacerlo de otra manera,
llegando así a pensar que, cambiar alguna de esas rutinas que repetimos a
diario, pueden crear un problema que se convierte en tragedia.
Esta
actitud, que a simple vista aparece como un absurdo y una estupidez, es
exactamente lo mismo que podemos trasplantar a otros campos, por ejemplo: estoy
pensando en aquellos que, viendo lo que está ocurriendo con nuestros políticos,
la forma que tienen de hacer las cosas y la corrupción a la que han llegado, te
encuentras a gente que dice: “mi padre, mi abuelo, y mi bisabuelo… votaron
siempre a… (lo que sea) y yo seguiré votando aunque eso me cueste la vida”; la misma cosa ocurre
con la religión: cualquier cosa la hacen dogma inamovible y si alguien se le
ocurre cambiar un jarrón de flores, puede armarse una crisis espantosa.
¡Con lo fácil, sencilla y bonita que es la
vida que nace cada mañana y va cambiando de color a medida que el sol hace su
recorrido, hasta que se esconde por la tarde en el horizonte!
Sería
lindo que nosotros fuéramos capaces de ir adaptándonos a cada momento de luz de
la vida, desde que nacemos hasta que morimos, de forma que fuéramos un regalo
para quien le toque estar a nuestro lado en el momento que sea.