02-03-2020
El autor del libro del Génesis, cuando
tiene que explicar al pueblo las preguntas sencillas que todos se hacen: ¿quién
ha hecho todo lo que existe? Pues ve que el hombre no tiene capacidad para hacerlo,
entonces, se refiere nefariamente a un ser superior, con una inteligencia
superior y una capacidad infinita que haya podido organizarlo todo en un orden
tan perfecto y maravilloso que jamás, nadie ha podido hacer algo igual. Ese Ser
es Dios, que crea el universo deteniéndose de una forma especial en esta
minúscula porción del universo llamada, para que sea como la luz que alumbra a
todo el universo su presencia en medio de todas las galaxias.
Esta porción del universo no se trata
de que sea ni la mejor, ni la más grande ni la más importante… simplemente el Creador
quiso hacerla el signo vivo de la presencia del Amor, de la Verdad, de la
Justicia, de la Paz, de la Libertad, de la Alegría, de la Belleza… Un paraíso
minúsculo del universo que expresa la hermosura y la grandeza de Dios que está
presente en el universo. Todos estos valores son como la luz que alumbra la
tierra al cosmos.
Esta “TIERRA” es un “todo”, un cuerpo
vivo en el que cada cosa realiza su misión en función del resto; no puede
pensarse nada independiente y extraño al resto; de manera que el ser humano no
se puede pensar sin de la tierra, ni ésta sin el hombre, como tampoco se puede
pensar ambos sin el agua, sin el aire, sin las plantas… De ahí que digamos que:
cuando se rompe una cadena en el ecosistema, se produce una catástrofe.
Es por eso, y con mucha razón, que
nuestro Papa Francisco llame a la tierra nuestra “Casa Común” y constantemente
nos está invitando a que la cuidemos, porque si atentamos contra ella, estamos
atentando contra nosotros mismos.
El destino de la tierra es el destino
de la humanidad y agredir a la humanidad, al mar, a los bosques, a los animales…
es agredir al “Cuerpo vivo” que es la tierra.
En una entrevista hecha por el New York
Times a los astronautas, cuando subieron a la luna en 1982, Isaac Asimov decía
que “al ver la tierra desde la luna, se dieron cuenta que la tierra era una
sola realidad de la que forma parte el ser humano como el resto de elementos
que la conforman.
Tierra en latín se “HUMUS” y hombre se
dice “HOMO”, es decir: son la misma cosa: tierra viva, fértil, generadora de
vida.
Ésta es la realidad natural que existe
y todo lo que sea cambiarla es romperla, agredirla y nos dirá la Escritura que
fue entregada al hombre para que fuera dueño y señor de ella y se comportara con la tierra como como lo
había hecho su creador, cuidándola, conservándola y recreándola. El problema
estaría en lo que el hombre centra su atención con su libertad y su
inteligencia; de hecho, ya en el mismo comienzo de su presencia en la tierra,
el hombre quiso ser dios y rompió el proyecto primero de felicidad expresado
con la imagen del paraíso; es decir: rompió la cadena del amor e introdujo el
caos. Dios tuvo que decirle: “Por tu
culpa será maldita la tierra” Gn. 3,17) Y hasta hoy, el hombre sigue siendo el
que rompe siempre el equilibrio y va creando el caos.
El Papa Francisco en su encíclica
“Laudato si” Nº 53 dirá: “Nunca hemos herido tanto a nuestra casa común como en
los dos últimos siglos” Y desgraciadamente es así: el hombre actual, o cierto
sector de la humanidad actual, al estilo de Caín, le dio la espalda a Dios y a
sus hermanos y se dejó en brazos del dinero; la avaricia llenará su corazón y
la codicia se convirtió en el motor de su existencia: los valores del amor, de
la justicia, de la verdad, de la armonía… que Dios había puesto en el código
genético de la humanidad, el hombre, invadido por la avaricia se convierte en
el mayor depredador y destructor del planeta; nunca como ahora se ve tan claro
cómo ese sector de seres se han
convertido en una maldición para la tierra, en una verdadera pandemia que por
donde pasan siembran el terror, la
muerte, el hambre, la guerra y la destrucción. y lo que tocan lo destruyen.
En un artículo, Leonardo Boff dirá: “La voracidad del modo de acumulación de la
riqueza es tan devastadora que hemos inaugurado, dicen algunos científicos, una
nueva era geológica: la del antropoceno. Es decir, quien amenaza la
vida y acelera la sexta extinción masiva, dentro de la cual estamos ya, es el
mismo ser humano. La agresión es tan violenta que más de mil especies de seres
vivos desaparecen cada año, dando paso a algo peor que el antropoceno, el necroceno:
la era de la producción en masa de la muerte.
Como la Tierra y la humanidad están
interconectadas, la muerte se produce masivamente no solo en la naturaleza sino
también en la humanidad misma. Millones de personas mueren de hambre, de sed,
víctimas de la guerra o de la violencia social en todas partes del mundo. E
insensibles, no hacemos nada” (Coronavirus:
¿reacción y represalia de Gaia? 2020-03-13)
Yo no puedo evitar el
recordar aquella charla en un curso de verano sobre “Fe y Política” allá por el
año 1993 en el que participaba D. Ramón Tamames, Juan Fernández y gente muy
vinculada a la política y nos decían que para este milenio estaba planificado,
con margen de error cero la invasión del Sur al Norte, la acumulación del poder
en la información y el extermino de las ¾ partes de la humanidad.
Ahora,
cuando vamos viendo lo que está ocurriendo, cómo se van cumpliendo los
objetivos del Foro de Sao Paulo y todo lo que estamos viviendo,
contemplando y soportando: los lacayos
que tienen los puestos del poder en el mundo, cómo todos respiran de la misma
manera, pareciera que han aprendido todos en la misma escuela, es decir: todos
responden a las mismas consignas que dirigen desde arriba para llevar adelante
el plan establecido y viendo cómo anestesian al pueblo con sistemas de
educación que no son humanos, sino de “amaestramiento”, de modo que utilizan y se burlan de la masa, de acuerdo a
sus objetivos… Ante esto, no queda más remedio que echarse a temblar.